Tal vez lo que voy a escribir esté lleno de lugares comunes. Seguramente no voy a decir cosas que ya no se hayan dicho. Sobre la muerte.
El lunes pasado murió mi abuelo. Era un hecho más o menos irreversible. Padecía una enfermedad terminal y había sobrevivido bastante dignamente mucho mas allá de los pronósticos de la medicina. Y justamente el hecho de que había vivido muchos años enfermo de algún modo nos había convencido secretamente de que nunca se iba a consumar su muerte, lo cual obviamente no era un hecho posible. Pero había demostrado una fortaleza muy grande, por momentos esa fortaleza hacía inverosímil el hecho de una muerte pronta.
Pero sucedió.
Y ese hecho que sabíamos inevitable pasó a tornarse para mi en algo absolutamente difícil de aceptar. A pesar de que, supuestamente, nos habíamos preparado para su muerte desde que supimos de su enfermedad.
Pero no. No hay caso. Me resulta imposible aún aceptar que esa persona con la que compartí una buena parte de mi vida no vaya a estar más aquí entre nosotros.
Supongo que debe pasarle a todo el mundo. Lo que no podía suponer era que fuese tan duro.
Y lo duro que fue haber estado ahí junto a él, tomandole la mano, en el momento que dejó de respirar. Ese momento jamás se va a borrar de mi mente ni de mi corazón. Es indescriptiblemente terrible. Creo inclusive que aún estoy shokeado, creo que aún no pude aceptar que "eso" fue real.
Debí enfrentarme con ese enigma al que todos los mortales le tememos. Mi propio miedo a la muerte, mis propias dudas, lo indisimulablemente frágil que es la vida, sobre que endebles premisas a veces edificamos la existencia. Todas esas cosas que uno no remueve en su cabeza porque si no no se puede vivir. Pero la muerte de mi abuelo, el preciso acontecimiento que viví, me removió todas las dudas, me encendió todos los interrogantes que siempre están apagados, ocultos tras nuestra "vida cotidiana".
Me atemorizó pensar que el tiempo vuela. Digamos, tal vez no haya pasado nada de tiempo desde el momento en el cual los sábados a la mañana mi abuelo me llevaba a comprar a la feria municipal de Nicaragua hasta ahora. No me resulta posible creer que ese abuelo ya no esté, ese que me llevaba con mano firme en aquellas mañanas de unos lejanísimos años 80, ese que tal vez en aquellos momentos no hubiera podido creer, ni siquiera sospechar minimamente que hoy ya no estaría en este mundo. Y ese niño de 5 o 6 años un día tampoco caminará más por una lejana calle Nicaragua.
Con mi abuelo tal vez murieron mi infancia y de algún modo también mi adolescencia. Fui conciente de que ya no soy un nene, fui conciente de que hay un pasado que no vuelve. Fui conciente de que las cosas, los seres que uno quiere un día dejan de estar en este mundo.
Y aún así no me resigno.
6 comentarios:
Qué garrón, un abrazo.
Gracias, P.S.. De verdad, gracias.
Como le pregunta Ted Hughes a Sylvia Plath en ¨Birthday Letters¨ : ¨¿Que puedo decirte que no sepas de la vida despues de la muerte?¨. Aunque las circunstancias fueron diferentes, una muerte al final del dia es una muerte, y quizas el consuelo sea escribir lo obvio. El libro de Hughes es obvio en el sentido cotidiano, no hace mas que recapitular, recordar, contarle al que ya no esta como era la vida antes y con ella y como continuo despues. Quiero decir, tanto lio para decir, que lo que decis es obvio pero no por eso deja de ser a u modo bello y necesario.
Eso es lo que sentí, la necesidad de expresarlo, como pudiera, bello o cursi. Son sentimientos complejos y ya sabemos lo dificil que puede ser poder hacer algo concreto con ellos.
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