jueves, agosto 10, 2006

El sueño de Henry en la siesta

Este fue el curioso sueño que tuve.
Vikinny y Vawe me habían regalado 100 $. Ese dinero era para pagarme una puta. Claro, yo no tenía escapatoria. Ellos ya habían acordado la cita. Era una puta cara, supuestamente joven, de Recoleta. Me la habían mostrado en una página de Internet, pero yo no podía recordar su rostro, solo podía recordar que tenía dos tetas fenomenales (según me habían dicho ellos eran “naturales”). La cuestión era que yo no estaba para nada convencido. Ellos, Vikinny y Vawe, querían que confirmara mi parte heterosexual un tanto abandonada. En fin, faltando muy poco para la cita, cuando estaba por parar un taxi me arrepentí. Volví hacia mi casa. Sin embargo me dije a mi mismo “tengo que hacerlo, Vikinny y Vawe me matarán”. Me tomé el taxi. Con esa típica lógica inconexa de los sueños, el tachero, que no me conocía, me preguntó “por que en ese cartel Ginevra está escrito con v corta?”. Le dije “ginebra viene del frances genève y del italiano ginevra, pero en castellano antes de la r va b larga, es una regla gramatical”. Llegamos. Era la calle Laprida, pero en realidad parecía Azcuénaga de la vereda de enfrente del cementerio. La entrada del edificio me pareció vagamente familiar. El portero cuando me vió llegar hacia la puerta me abrió gentilmente (cosa que solo ocurre en los sueños) y me dijo “vas a lo de Angélica?” a lo que asentí mecánicamente, sin reparar en que el verdadero nombre de la señorita, supuestamente era Andrea. Llegué a su puerta luego de caminar por un pasillo largo. Había una placa al costado que decía: “Dra. Noelia Tortello. Abogada”. Observé el cartel mientras toco el timbre. Cuando leí “Dra. Noelia Tortello” me dije: “Pero esta no es …” y antes de poder responderme la pregunta abrió la puerta Andrea. Me miró. La miré. Me abrazó. “Tanto tiempo Hernán!” ¿Cuánto hace que no nos vemos?” “Sinceramente no se” le digo “pero un par de años largos”.
Estaba más gorda. No porque tuviera panza, en realidad tenía el cuerpo más cuadrado, típico de una mujer de más de 30 (aunque ella no los tenga) o que ha tenido muchos hijos. Efectivamente sus tetas eran impresionantes, parecía salida de una película de John Waters. Me dijo “vení, sentate” y nos sentamos en su viejo sillón de living que estaba cubierto por un acolchado viejo y en un estado francamente deplorable. Me senté junto a ella. Me tomó la mano. “Estas mejor que antes” me dijo. “Gracias” le digo. “Vos también estas muy bien” mentí descaradamente. De aquella adorable adolescente de cuerpo espectacular apenas se mantenía una rectitud de postura, unas piernas aún apetecibles, pero …
Pero su mirada y su rostro duro de aquellos años habían cambiado. En los sueños también hay clichés y no tenía porque no haberlos en este. Mirarla a los ojos traía inmediatamente a mi memoria la canción “Volvió una noche”. Acá el que volví en realidad fui yo.
Abrió un paquete de Camel y me convidó uno. “No, gracias. Sabes que ahora con el canto me cuido la voz”. “Dale, por los viejos tiempos”, me dijo. Acepté. Me dio fuego con un encendedor extremadamente largo y de metal, muy fino. El sabor del tabaco en mi boca era dulce. “Te acordás cuando nos quedábamos toda la noche en Vertiz hablando y fumando, eran las 11, 12 del mediodía y nosotros fumando, hablando y tomando café”. “Cosas que solo se pueden hacer cuando uno tiene 17 o 18 años” le respondí mientras exhalaba el humo. Hay un corte como en las películas de Godard, un corte en el eje, y Andrea ahora esta hablando por su celular con su marido/fiolo. Pese a que yo escucho la voz del tipo, ella corta y me dice “Mi mamá”. Acto seguido, poniéndome una mano en el pecho me pregunta “Empezamos?”
Por supuesto que era un despropósito. Era mi ex compañera de secundario, Andrea Carlos Tortelo, con una sola l, a pesar de la placa de la puerta, yo sabía, estudié 5 años con vos, y se que Tortelo es con una sola l.
Fuimos a la habitación. En un hermoso perchero de madera dejé mi saco de gamuza azul. Me desanudé el pañuelo del cuello. Ella se quitó la bata. Me senté al borde de la cama y me quité los lustrosos mocasines. Ella se sentó al lado mío. Me desabrochó mi camisa.
Era un despropósito. Yo no tenía ganas de tener sexo, y menos con mi ex compañera de secundario. Cuando ella tenía 17años y un cuerpo hermoso no quise hacerlo. Tuve miedo. Me la imaginaba cabalgando bestialmente sobre mi, con cara de poseída y diciéndome, desde su mente y a través de sus ojos “esto te va a costar gran parte de la felicidad de tu vida”.
“Ya sos un hombre” me dijo mientras pasaba su mano por mi pecho. Sin embargo yo miraba al espejo y me parecía ver el cuerpo de un chico, de un adolescente. Y veía su cuerpo deformado por la doble maternidad, por el crecimiento desmesurado de sus pechos y por el hastío y tal vez, la mala vida. Supe que si tenía una erección sería pura y exclusivamente por esa capacidad que tienen los penes de erectarse a veces sin órdenes explícitas del cerebro.
Además estaba frente a un dilema. Si no la besaba, la erección se hacía una tarea casi imposible. Si la besaba, el terrible recuerdo de aquellos besos no dados, de aquel amor adolescente nunca consumado, me hubiera provocado un fulminante e incontrolable ataque de llanto. Sin embargo, fiel a mi tendencia suicida, acerqué mi boca a la suya. Pero ella me corrió la cara. “Mejor no” me dijo escuetamente. Lo más triste es que yo no quería besarla, ni siquiera tocarla, solo quería hacer bien la escena que me tocaba representar.
Luego, el sueño se convierte en pesadilla. Andrea comienza una penosa fellatio. Yo sentía que mi pene crecía pero no se endurecía, en un fenómeno bastante curioso, como si se tratará de una víbora alargándose.
En ese momento pensé “nunca más voy a coger con una prostituta”, “nunca más voy a coger sin amor”. Nunca más con una ex compañera de secundario. Nunca más con alguien a quien no supe si amé o no, alguien que engordó, envejeció.
Vikinny y Vawe me regalaron la plata para que disfrute con una puta, pensaba. No puedo defraudarlos. Además a mi “también” me gustan las mujeres.
Lo hice. La penetré. Evité mirarla a la cara o traté de mirar más allá de sus ojos, donde había otro mundo, otro sueño tras el sueño.
Pero aquel, el de la adolescencia, había sido también un sueño en el que yo quería amarla. Y sufría pensando que me iba a rechazar, pensando que no iba a corresponder al amor que yo mismo no sentía por ella.
Yo nunca amé a nadie. Lo repetí varias veces. La vi como una simple puta que gozaba de su trabajo. Y yo dije ahora jugaré al macho reventado que no soy, y que a la vez, quizás sea. La penetré salvajemente y sabía que, en el fondo, a ella le estaba gustando. Pero fingía que gozaba como si no estuviera gozando, aunque de verdad si gozaba pero hubiera sido patético aceptarlo. Ella era una puta, olvidémonos de todo lo demás.
“Para recibirme todavía me faltan esas dos materias, te acordás, que no pude dar por ese famoso problema”. No, no me acordaba del famoso problema. “Además, con los chicos, ya no tengo tanto tiempo”. “No tenés miedo a convertirte en una alcohólica o drogadicta como tu vieja, alguien a quien la frustración de no haber podido nunca hacer en la vida lo que quería la mató?” Todo eso se lo dije con mi mente, a través de mis ojos, y supe que lo entendió de algún modo.
Dejé el billete de 100 $ en su mesita de luz. Estoy seguro que Vikinny había escrito algo en el dorso del billete. Algo así como “la próxima en Constitución”.
Yo ya estaba vestido y pronto a irme. Por suerte sonó el timbre. El marido/fiolo de Andrea la había venido a buscar. Salimos juntos. Caminamos el pasillo. En ese momento yo sentí ya no estar allí, como si solo fuese mi mente que estaba ahí pero mi cuerpo ya no estaba. En la puerta me despidió fríamente. En la esquina la veo subir al Valiant blanco de su marido. Bah, marido no, no están casados.
Caminé por Laprida hasta Las Heras. De pronto volvi a mi vestimenta habitual: jean y mis All Star viejas y rotas. Esperé el 102. Una chica de unos 23 años, morochita, linda, con cara de empleada doméstica de la zona, vestida con ropa de marca, me miró sutilmente. "I’ll never be, i’ll never be, i’ll never be anybody’s lover now" cantaba mirando en la distancia de una desierta Las Heras. Llegó el colectivo. Dejé pasar a la señorita primero. Ella me agradeció con un gesto nuevamente sutil. Cuando entro, el chofer tenía puesta una fm. Sonaba fuerte esa canción de Chayanne, increíblemente esa canción que yo tengo en una escena de mi guión. Y cuando llegué al fondo del colectivo, un chico muy lindo y con cara de inteligente me miró, con esa mirada. Supe que las cartas de mi destino están mal barajadas desde el principio. Es patético, pero mientras escuchaba “mi cuerpo, mi mente y mi alma ya no tienen conexión” pensé “cuando llegué a casa me bajo este tema con el Shareaza”.
Despierto.